circunstancia que se escribe a filo de guillotina y a lo que llamamos realidad: Realidad del que hace descender la cuchilla, realidad del que recoge la cabeza en el cesto; y realidad de esa pobre cabeza que rueda para el disfrute sádico de los que acuden a esos espectáculos, de los que escriben la obra de teatro y de los actores por la paga, el guillotinador y otros, tantos, y el que a la viva fuerza, centro y nudo gordiano del espectáculo todo:
Escribir un libro es una tormenta de arena en el desierto
que al pasar dejase tras de sí
una pirámide cual la de Keops
en lugar de una duna.
Algo de lo más pretencioso:
Que los elementos hablen a nuestro favor,
no nos entierren.
Aquí hay una, pecho aplastado por todos los elementos,
que trata de reconstruirse
cual rediviva Isis
utilizando para ello la pluma de Maat,
esa que lo sopesa todo.
Un libro.
Convertir en algo de lo más natural,
lo más pretencioso.
He ahí la escultura de lo Imposible, lo Impensado,
arquitectura de la demencia;
¿habrá algo más en su sano juicio?
Pues sigo teniendo ese sano juicio,
y mi libro está escrito en este soporte,
sus hojas arrojadas, cual las de las Sibilas en sus cavernas,
al viento de la indefensión
en que transforma todo el aire;
sus hojas por aquí desperdigadas en mis cajones, ahora mis diarios.
Algo de lo más demencial
para algo en tan su sano juicio.
Y ahora, hoy día 14 de noviembre, recomiendo esta lectura aquí... aunque también la de abajo, la que recomendaba abajo en la entrada anterior.
La demencia de escribir de la que algunos tienen la bendita circunstancia de hacer oficio remunerado y no trabajo de penado en galeras: Rema y sobrevivirás.
